Les decían «chalinillos» y mi madre no nos dejaba juntarnos con ellos. Nuestros vecinos, claramente eran «diferentes a nosotros«, con sus botas piteadas o huaraches y sombreros. Así como un «caifan» a principio de los 90’s era un término despectivo para referirse a lo que debiera ser un vago rockero, un chalino o «macuarro» era la definición del sombrerudo, gritón y escandaloso con una actitúd particularmente desafiante. Nadie los quería, ni debía quererlos, pero mi hermano, y yo, a mis 6 años, no sabíamos nada de estratos sociales.
Los Chalinillos
A menos de un año que asesinaran a Chalino Sánchez, pionero y rey del narco corrido, su fama estaba en auge dentro de quienes gustaban del folklore o de la delincuencia o bien, de ambas. De ahí acuñado el término a quienes se dedicaban al narcotráfico, como nuestros vecinos.
Juan y su hermano menor, de quien no recuerdo el nombre, eran de alrededor de nuestras edades. Vivíamos en un barrio donde las «casas más bonitas» eran las de nuestros peculiares vecinos y la de nosotros. Mi madre recién casada, mi padrastro, mi hermano mayor y yo teníamos poco tiempo viviendo en la colonia, pero ya habíamos hecho buenos amigos.
Siempre había sido extraño que, de todos los niños con quienes podíamos jugar, los únicos con los que nos tenían prohibído socializar eran exactamente los de al lado, los que tenían una casa igualita que la de nosotros. Poco sabía o entendía las razones, solo me parecían particulares sus modos y sobre todo, el hecho de que a pesar que parecían «gente de rancho«, tenían una Suburban del año y a Juan y su hermano les compraban los juguetes más caros. Eso sí, cuando su madre se enojaba, hasta nuestra casa escuchabamos sus llantos de las buenas «cintarizas» que les metían.
Un día en la mañana sucedió; mi padrastro estaba «calentando el carro» para llevarnos al colegio y Juan y su hermano se acercaron a nosotros, el más chico nos presumía que se iban a ir a Disneylandia, o al menos eso les había dicho su papá. De pronto, mi padrastro nos metió corriendo a casa, mi mamá, que estaba bañandose, salió histérica, con una toalla medio enrollada y nos metió a uno de los cuartos.
Y entonces llegaron. Los «judiciales«, infámes agentes de la «ley» en México de la difunta policía judicial federal, a catear la casa de mis vecinos. Ya era demasiado tarde, ya se habían ido a «Disneylandia«. Alguien había dado «el pitazo«.
Tierra fértil
San Luis Río Colorado. El pueblo, ahora ya mas o menos ciudad, donde nací, rodeado por la frontera al norte con Arizona y al oeste con Baja California, es el último municipio del estado de Sonora con dirección al norte. Y aunque nunca fué plaza importante, siempre tuvo un románce con el narco. Desde la casa de Pedro Avilés con un tunel, hasta las historias del clásico macuarro (ahorra llamados buchones) que decían que conocían al Güero Palma y similares. Siendo San Luis un lugar pequeño y solo de paso, era un buen lugar para esconderse o mantener un bajo perfil para quienes se dedicaban a tan noble labor.
Pero estar precisamente entre Sinaloa y Baja California, sede de los cárteles más sanguinarios de esa decada, iba a tener sus consecuencias. Conforme fuí creciendo y entendiendo el mundo de los adultos, me dí cuenta que no vivía precisamente en el lugar más próspero y civilizado, sin embargo, poco se notaba actividad ilícita. Si escuchabamos sobre «balaceras» era en las afueras de la ciudad, los ranchos y ejidos o de plano en las noticias. Raro era que algún suceso de ese tipo fuera nota local, o por lo menos no estaba tan marcado.
Eso sí, con el tratado de libre comercio, tuvimos nuestro boom de maquiladoras e industria pesada que supuestamente nos iba a convertir en el primer mundo. A la par de esas industrias extranjeras había otro negocio bastánte redituable: el lavado de dinero. Negocios que a toda vista no parecieran tener razón de ser en un pueblo en medio del desierto de Sonora, florecían por todos lados.
La normalización
Pronto la supuesta tranquilidad iba a dar un giro de 180 grados. Si bien en el país desde mediados de los 90s había una ferrea guerra entre cárteles, no fue sino hasta 1997 que San Luis se hizo «famoso», y no precisamente por las razones adecuadas. Como se redacta en esta nota de «El País«, periódico Español de «tiraje» internacional, el robo de un cargamento de cocaína que había sido confiscado por las autoridades, nos llevó a los titulares internacionales. Claro, más que un robo, fue recuperarla. Y es que 476Kg de cocaína no son poca cosa! Con un valor que, convertido a la inflación del 2020, rondaría los 800 millones de pesos, sí, casi 1,000 millones de pesos en cocaína, confiscada en un pueblo que a nadie le importa.
Pero la nota que probablemente hizo más ruido y que cambió para siempre la mala fama de mi ciudad de órigen fue el asesinato del periodista Benjamín Flores González, director de «La Prensa«, uno de los pocos medios que existían en la región que podían considerarse de la oposición. Flores González era particularmente atraído por el periodismo de narcotráfico y esto pronto le costó la vida.
Para cuando crecí y me volví un adolescente, las drogas ya no eran algo ajeno. La mayoría de mis amigos las consumían; marihuana principalmente, los menos, cocaína. Para entonces aún se seguía considerando a la región, y en particular al país, como vía de paso para el producto de principal consumo por nuestros vecinos del norte. Como pasé de ser un ñoño a juntarme con vagos y polleros, no era raro encontrarme en alguna fiesta, aun siendo menor de edad, de jefes de plaza donde algún asistente conocía a alguno de mis amigos o conocidos y a donde ibamos a «gorrear cheve«. Tenía 15 o 16 años, vivíamos solos mi hermano y yo (esa es otra historia) poco pensaba en las consecuencias de tener esas amistades.
Afortunadamente sobreviví. Literal. Algunos de esos «amigos» o conocidos bien terminaron como adictos, en la cárcel o de plano muertos. Obviamente me alejé de esas amistades cuando llegué a un punto de maduréz suficiente y, aunque no puedo negar que fumé mariguana algunas veces con mis amigos, jamás me volví adicto, al menos *no a eso.
Pero ¿Nó estabamos mejor antes?
Escucho esto seguido. Ya sea por que, quien lo dice es mucho más joven y no conoce la historia o bien, porque de plano es partisano del PRI, ese monstruo oficialista y dictatorial que gobernó y pudrió a la sociedad por casi 80 años. No encuentro otra respuesta, aunque, hay algo de verdad en que ciertos fenómenos se han dado y establecido, como pasar de ser un pais de transporte y logística a uno de consumo. Después del 11 de Septiembre de 2001, el mundo no volvió a ser igual, particularmente para la frontera, donde, a pesar de lo que se diga, las autoridades de nuestro vecino país reforzaron la seguridad de la misma al grado que cada vez se volvió más difícil «acomodar» el producto». Esto, aunado a la globalización de los narcóticos, donde claramente Asia se convirtió en el principal productor y exportador de drogas sintéticas, que son las más baratas, adictivas y por ende, populares, empujaron a los señores del narco a crear un mercado de consumo local que, creo, es parte del fenómeno de crecimiento de delitos del fuero común, violencia y otros temas que aquejan este bendito país.
Hoy me quemé dos capítulos de la serie de Netflix Narcos: México. Y a pesar de que las primeras dos temporadas se me hicieron interesantes, a manera de entretenimiento, esta última en particular es diferente pues sucede en un timeline del cual yo fuí parte, con historias que escuché en las noticias, con sucesos que impactaron mi vida, la de mi familia y en general, de la sociedad en la que crecí.
Por que, quien se atreva a decir que estabamos mejor cuando en el mismo año se devaluó la moneda al grado de causar la crísis económica más impactante en la historia moderna de México, donde asesinaron al candidato que parecía traer un discurso diferente pero sobre todo esperanza para romper el vicio de la burocracia y el poder asentado desde epocas post-revolucionarias, donde asesinan a un cardenal, donde matar a periodistas comienza a ser tema de todos los días, donde ya no solo se «mataban en los ranchos y entre ellos» sino que el daño colateral era cada vez más familiar, no sabe lo que dice o desconoce la historia.
La conciencia nó es apología
El mundo del entretenimiento moderno está plagado de historias de poder, de traición, de ficción violenta. Constantemente se nos dice que esto es hacer «apología» a la delincuencia organizada y, si bien concuerdo en que algunas de estas narco-novelas o incluso películas y series con presupuestos de Hollywood rayan en lo romántico y lo ridículo, considero de suma importancia conocer la historia, por más cruel, obscura y deplorable que esta sea.
Comenzar a ver esta serie me trajo algunos recuerdos y flashbacks. Pero el que más me impactó tiene que ver precisamente con un tema contemporaneo; los feminicidios. Si bien, parece que el tema de los asesinatos de mujeres por el móvil de género no hicieron mucho ruido hasta, relativamente, tiempos recientes, existe un fenómeno que sucedió acá en este extraño, y muchas veces cruel, norte. Las infámes matanzas de mujeres en Juárez.
Se escuchaba en las noticias cada mes, cada semana y eventualmente casi diario, sobre los asesinatos de estas mujeres de bajos recursos, la mayoría trabajadoras de «maquilas«, el exponente más crudo de la globalización rapáz pero sobre todo de la indiferencia y de desesperanza.
El otro México
Me pareció particularmente interesante la historia paralela que se integró en esta serie donde el actor Luis Gerardo Méndez interpreta a un policía de Ciudad Juárez, de la más baja jerarquía, de esos que si no «muerden«, no llevan el sustento a su casa. Dentro de toda la parafernalia, excesos y glamour de los grandes capos y la indiferencia, cinísmo y maquiavelismo de políticos, empresarios y gente de poder, se cuenta esta otra historia, de el triste fenómeno ocurrido desde mediados de los 90’s donde más de 500 mujeres, oficialmente, fueron asesinadas, sin motivo alguno aparente.
Y es que, incluso los cárteles, con todo el cinísmo y osadía de salir a defenderse, fueron claros en deslindarse de dicho fenómeno. Hasta el día de hoy no se sabe a ciencia cierta si fue un caso de alguna secta, asesino serial o simplemente daños colateráles de las propias circunstancias del lugar y los tiempos.
En una escena un tanto estremecedora y de desesperanza, el actor que interpreta a este policía de poca monta, visita la morgue municipal. Mientras le pregunta al forense por un cuerpo, en una funeste morgue, y no precisamente por la naturaleza del lugar sino por el hecho del mismo forense asentar que «tienen meses que los congeladores no sirven«, el claramente despreocupado y resignado forense le indica con la mano hacía el cuerpo de un varón:
¿Ves a este señor? Su esposa y su hijo lo encontraron muerto, es dueño de un rancho, este señor pagaba impuestos. Aquellas niñas …no les importan a nadie.
Un claramente desconcertado ser humano, más allá de un policía, piensa cómo es que esté sucediendo eso en la ciudad y se prepara para lo que, al parecer, será su propia investigación sobre este caso.
Y así, dentro del foco en las historias de los grandes, los que «inspiraron» libros, investigaciones periodísticas a nivel internacional, películas de Hollywood; los Chapos, los Gueros, los Arellanos, los del Golfo, los señores de los cielos, de Salinas, de Zedillo, de Hank, del PRI, del empresario indiferente, del político corrupto, del policía involucrado, en ese universo de antagonistas, todos más o menos impactantes y cláves para el desarrollo de esta historia que todos desearíamos fuera ficción, está escondida una historia de esperanza, un llamado a la empatía para aquellos quienes no tienen o tuvieron voz, no sean invisibles al ojo público, a la consideración de la sociedad, de esta sociedad donde el que no tiene nada material que ofrecer es solo una cifra más en el censo de la delincuencia, de la corrupción, de la indiferencia.
Duele la indiferencia
Pareciera pues, que estos fenómenos sociales que vivimos en la actualidad no son tan contemporáneos ni tan olvidados, al contrario, el caso de las mujeres asesinadas en Juárez nos demuestra como no solo nó estabamos mejor antes sino que, como sociedad, le damos un valor material a la vida humana y dependiendo de ese valor, del impacto que hace en nuestras vidas, es la medida en que les damos importancia.
Ahí donde exista la ficción, dentro de esa historia que probablemente sea ficticia (la del policía), es importante generar conciencia y empatía donde le demos el mismo valor a la vida sin importar si somos famosos, importantes o si tuvimos un impácto positivo o, en el peor de los casos negativo.
A pesar de que, de ninguna manera voy a menoscabar los movimientos contemporáneos contra la violencia hacia las mujeres o las marchas por exigirle seguridad a nuestras incompetentes y cómplices autoridades, la cobertura que se le da a estos fenómenos, que ni son nuevos ni eran «menos peor» antes, se centran muchas veces en estratos sociales donde toma relevancia el ruido que hagan porque, en estos otros casos, como en los de Juárez y muchos otros no documentados del día a día, pareciera que ya se normaliza y es aceptable. Historias que se le han dado carpetazo porque bien la incompetencia de la autoridad las añejó en un proceso burocrático o peor aun, la indiferencia del ojo público las olvidó, tal como si lo único que importa es seguir con nuestras vidas, acá, los que sobrevivimos, bailando sobre las cenizas olvidadas tanto de los cuerpos humanos, como los de las ideas y de los valores, esos donde el mas insignificante individuo en una sociedad puede hacer un cambio siendo conciente de ellos.
Mientras haya un solo individuo, una sola mente conciente, con reconocimiento y empatía entonces no todo está perdido. Parafraseando al Talmud:
Whoever saves one life, saves the world entire
Si lo que nos puede dar conciencia de los hechos y visibilidad a la historia de las vícitimas, las olvidadas, es la cultura popular, entonces valió la pena. No es una apología, es un medio para evitar desconocer nuestra historia y quizá, además de crear conciencia, sea el inicio de tomar acción de alguna manera.
Apropos…
*como el azucar, café o la nicotina
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