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El prejuicio de juzgar un libro por la portada

«No pues suerte que tienes para pagar el Uber, otros ni siquiera para el pasaje de la calafia acompletan». Así comenzó la conversación entre Diego, mi conductor de Uber y yo. Cuando me subí a su vehículo, apropiadamente vestido y oliendo bien, supongo di la impresión de ser un Yuppie.

Hoy Domingo salí temprano de casa a un conocido centro comercial de Tijuana a buscar un par de tenis deportivos nuevos para mi caminata y ejercicio de las tardes pues los que usaba ya están bastante viejos y comenzaron a causarme molestia al ejercitarme. Aproveché para entrar a una tienda departamental, de esas donde venden de todo y probarme perfumes. Siempre lo hago. No me considero «coleccionista» pero si tengo una buena cantidad de ellos y el olfato es uno de los sentidos más desarrollados que tengo.

Así que aprovechando que en contra-esquina estaba el supermercado y que no tengo carro, caminé para ir a hacer mi mandado (o el super para mis amigos chilangos) y de ahí regresar a casa. Pedí mi Uber y llegó Diego a quien saludé cordialmente y le pedí de favor que abriera la cajuela para echar mis bolsas.

Cuando entro al carro le comento que tengo el carro en el taller, que hago el mandado en Uber y que le agradezco que me haya esperado a subir las bolsas. Sin más, así como una especie de reclamo y tono de superioridad me dice aquello de la suerte.

Supuse que el hecho de que iba bien vestido (para los estándares de hoy), oloroso y que soy alto y de tez clara, de nuevo sería la premisa del juicio que Diego hizo y que, muchas otras veces he sentido se hace sobre mi persona, solo que esta vez, al menos, no se pensó en voz baja, supongo que ¿Debería agradecerle al menos la honestidad?

Solamente le contesté con un tono seco «También camino, y he usado transporte público» pero inmediatamente recordé que no tengo por que dar ninguna explicación. Creo que lo entendió. Continuó el tema diciendome que era de un pequeño pueblo de Sinaloa y que allá el caminaba mucho y que en Tijuana era casi imposible porque o simplemente o hay banquetas por donde caminar o es muy peligroso. Solo lo seguí escuchando, no tenía (ni quería) mucho que decirle.

Pude haberle contestado muchas otras cosas. Decirle que por ejemplo, en toda mi infancia jamás me llevaron en carro a la escuela. Que comencé a trabajar de «empacador» en un mercado a los 10 años y que debía caminar por ejemplo, a las 2:00 pm, cuando salía de la secundaria, a unos 46° C, al menos unos 2km a la «base» donde se estacionaban los camiones, aquel que me dejaría en casa, donde tenía que comer rápido para irme a trabajar a las 4 (el camión hacía casi una hora a casa) del cual salía a las 11:00 pm para ir a dormir, y despertar al siguiente día a las 5:30 am, medio desayunar y alcanzar el camión de las 6:00 am que me dejaba de nuevo, como a 1km de la escuela. Tramos donde por cierto más de una vez me asaltaron.

O que llegué a Tijuana sin nada, y estuve sin carro dos años, moviendome en transporte público, corriendo para alcanzarlo, caminando por colonias peligrosas. Que en mi primer año de emprendimiento llegaba sudando a algunas citas con nuestros primeros clientes porque no había dinero para un carro aún.

Pero, ¿Por qué habría de hacerlo? La responsabilidad de sacar conclusiones y prejuicios recae en quien las hace, no en quienes se refieren.

Hoy llegué orgulloso a casa. Sabiendo que, si puedo darme lo que otras personas consideran lujos, es porque me ha costado esfuerzo, cansancio, canas y arrugas. He trabajado toda mi vida por superarme y quienes realmente me conocen lo saben y me lo hacen saber.

Pero pecaría de mentiroso si dijera que yo nunca hice lo mismo. Todos hemos sido prejuiciosos en nuestra vida. Alguna vez también sentía ese resentimiento, quizá no hacía un individuo en particular, pero a un grupo en ciertas circunstancias o representativo de la sociedad «¿Por qué ellos sí, y yo no?» Pero afortunadamente maduré, y también me hice más sabio, o menos ignorante. He aprendido también a valorar la felicidad y la perseverancia de los demás. Cada quien pelea batallas diferentes.

Así que en un acto de madurez, tal como siempre trato de hacerlo, bajé del carro, le agradecí y le agregué un extra a su tarifa. ¿Por qué habría de «desquitarme» con el? Manejó adecuadamente, me dejó sano y salvo, en un vehículo limpio. Cumplió con su servicio.

Yo estoy agradecido con lo que tengo, y con lo que he obtenido. Ya la vida se encargará de enseñarles a los Diegos que cada individuo es una historia, una historia importante que la mayoría de las veces desdeñamos haciendo un juicio a priori de lo que vemos.

La clave está en escuchar más y hablar menos.

Publicado enPersonal

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