Soy hijo de madre soltera que, a su vez, es hija de una madre abandonada por su esposo quien dejó a mi abuela, mi madre y sus hermanas a merced de la suerte en un pueblo caluroso en medio del desierto Sonorense. En mi caso en particular, siempre he preferido la compañía femenina pues me transmite confianza y sentimientos más puros y honestos.
Supongo que el patrón se repite o bien crecí en una especie de entorno donde varios factores parecían replicar lo antes dicho. Mis dos mejores amigos, hijos únicos por cierto, crecieron solo con su madre. La mayoría de las amigas de mi mamá, a quien cariñosamente llamábamos «tías» casualmente eran también o madres solteras o separadas.
Si bien no crecí con hermanas, estuve todo el tiempo en constante contacto con mujeres. De hecho, fué mi abuela materna quien nos crió a mi hermano mayor y a mi, con todo lo que eso conlleva.
A pesar de haber fracasado en mi matrimonio, en los 17 años que duramos (9 de novios, 8 de esposos) jamás le levanté la voz siquiera a mi pareja. Cierto es que cometí errores y al final no logramos entendernos, de lo contrario no me hubiera divorciado, pero, jamás hubo falta de respeto que, de entrada, con una mujer de carácter tan fuerte como ella, no lo hubiera permitido.
¿Me dá esta especie de antecedente el mínimo derecho de hablar del tema de la violencia contra la mujer? Supongo que no. Sobre todo considerando lo sensible del tema y que soy precisamente, indirecta e involuntariamente, parte del problema generalizado. Ser hombre.
Esta semana en particular, con el reciente caso de Debhani, el tema se vuelve aún más delicado y una noticia que nadie quería escuchar. Son cientos los casos que, independientemente del resultado de las investigaciones, no deberían haber sucedido en primera instancia.
Independientemente del terrible hecho que tenemos un sistema judicial de porquería en México, el tejido social que ha permitido no solo feminicidios sino toda clase de opresión y violencia contra las mujeres es un problema añejo que involucra no solo a las autoridades sino a todos como sociedad.
¿Serviría de algo tener fiscalías competentes?, ¿Cuerpos policiacos eficientes?, ¿Zonas seguras para transitar libremente? Probablemente, pero ese es tema para otro post. Aun cuando la procuración de justicia y la prevención del delito fuera quasi perfecta, el simple hecho de tener que prevenirlo o, en el peor de los casos, investigar feminicidios, nos dice otra cosa y nos indica un problema mayor.
No tengo respuestas. Igual que la mayoría, solo preguntas. Mi mejor deducción es que quienes cometen estos delitos son personas con problemas mentales, criminales, si, pero con un móvil que claramente nace de la falta de educación y empatía, de crecer en entornos sociales rotos, podridos, donde aquello que tiene más valor para el ser humano: la dignidad y la vida, no existe en la mente perversa de quienes cometen estos actos.
Los mejores momentos de mi vida, las mejores enseñanzas y, mi parte más humana me la dieron las mujeres que me han acompañado durante mi vida; mi abuela, mi (ex)pareja, mis amigas, las madres de mis amigos que me acogieron en momentos críticos, mis maestras, mi psiquiatra, mi psicóloga… escojo rodearme de mujeres para recoger un poco esa parte que históricamente se le ha dificultado desarrollar a los hombres; amor incondicional, empatía, cuidado, respeto.
Algo tiene que cambiar.
It’s a world gone crazy
Keeps a woman in chains
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