No recuerdo sus nombres, pero si su enseñanza esa que de pronto se me olvida y que tiene una profundidad que, al menos a mis 18 años me impactó de una manera importante, allá en el heroico puerto de Veracruz.
Parte de la temporada donde viajaba solo, actividad que por cierto disfrutaba bastante, era invertida en ir a congresos ya sea como organizador/voluntario o simplemente participante. En aquel 2003 cuando las tecnologías libres (Linux y el Open Source) eran temas solo para nerdos y anti-sociales, los congresos y conferencias organizados por los GUL’es locales para juntar a estas tribus de inadaptados sociales eran parte de mis actividades.
Ese año, uno de estos congresos, el GULEV 2003, sería en la ciudad de Veracruz, Boca de Río, lo cual me pareció un pretexto perfecto para realizar dos de mis actividades favoritas: viajar y aprender tecnología. Era el pretexto perfecto para conocer un poco Veracruz.
Antes de las cámaras digitales o incluso de los smartphones, solía cargar mi cámara de rollo fotográfico, una actividad que, si bien nunca tome en serio (jamás tuve una cámara si quiera semi-profesional) si que me gustaba tomar fotos y tenía decenas de álbumes con ellas, al menos las que se habían podido «revelar».
La mayoría de mis compañeros del congreso solían quedarse después de las ponencias y cursos a seguir «nerdeando» ya sea intentando instalar alguna distribución de Linux o mostrando alguna de las nuevas tendencias de programación del momento, los menos, preferían salir a bares o simplemente convivir fuera de las actividades propias del congreso.
Yo por mi parte optaba por salirme a caminar por la ciudad, en años donde todavía era posible hacerlo de noche sin temor a ser víctima de la delincuencia, para conocer la «ciudad real», la de a pie, la de lugares y gente inesperada y no los tours preparados con los spots turísticos típicos.
Y en una de esas noches me encontré, justo en el malecón del puerto, un mercado lleno de hippies y gente vendiendo todo tipo de productos que usualmente hacen para subsistir; ropa, cadenitas, esclavas de jade, inciensos, etc.
Decidí sentarme a platicar con un grupo de tres. Dos de ellos pareja. Al parecer, uno de ellos, Canadiense, había decidido dejar todo en su país y mudarse a México, no sin antes haber recorrido ya todo el contintente.
Hablamos de sociedad, política, economía, música, filosofía. Todos temas que ambas partes disfrutabamos. Al final, casi al despedirme, y como parte de aquellas bitácoras que guardaba de mis viajes en los ya melancólicos rollos fotográficos le pregunté al «wero»:
Disculpa, ¿Les puedo tomar una foto? Es para el recuerdo del viaje…
Mi pregunta, obviamente, iba dirigida más como una especie de reconocimiento sobre el hecho que, tomarle fotos a la gente en la calle sin su consentimiento, y más particularmente a ciertos grupos, puede tomarse como una falta de respeto. Que lo se yo que hoy en día se toma casi por zoológico a los «limosneros» y gente de comunidades indígenas de los llamados pueblos mágicos casi como si fueran atracciones…
Su respuesta, en un tono sereno, como fue en toda nuestra conversación, fue un momento de iluminacion:
Hermano, desde el día que naciste has hecho lo que has querido… no veo porque hoy debería de ser diferente.
Y a veces trato de recordar esas palabras, cuando me cuestiono y le doy vuelta a las cosas constantemente o trato de entender las circunstancias que me han llevado a ciertas etapas y lugares de mi vida.
Entonces recuerdo a mi amigo el hippie, con su voz serena, que sin siquiera mirarme a los ojos, mientras tocaba su conga, me daba una lección de vida que hasta el día de hoy trato de llevar conmigo y que va relacionada con un tema muy importante que he tratado en terapia en los últimos meses: la aceptación.
Por que, aceptar que estamos donde estamos, somos lo que somos y tenemos lo que tenemos ha sido en conjunto, la mezcla de decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestras vidas, desde las efímeras hasta las más críticas. Salvo que viviéramos en un entorno de total esclavitud, o en una dictadura, hemos hecho pues, con cada pequeña acción, lo que en ese momento nos apetecía. El yo de aquí y ahora, es el resultado de ello.
Gracias por compartir , disfrute tu lectura y me transporte en ese viaje en el tiempo . Linda foto además