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La parábola de la enredadera

Hace un año dejé lo que por otros 8 fué mi hogar. En el que pensé que pasaría el resto de mi vida, y no necesariamente en su modo físico sino en lo que los que lo habitamos representaba: una familia.

Cuando nos mudamos, llenos de emoción, sueños y amor, decidimos crear un espacio verde en nuestro hogar, tanto por fuera como por dentro. Parte de ello era la enredadera que crecería y se fortalecería con los años como nuestra relación.

Quien sabe de plantas entiende que es un proceso de paciencia, experiencia y mucho amor. Hay quienes aseguran que hablarle a las plantas las hace felices y parte de la familia y del entorno que las rodea y, aunque no llegué a tal grado, si que me esmeré en mantener nuestro jardín, cesped, terrarios y macetas en buen estado.

Pero como todo en la vida, se pierde y se aprende. Infinidad de veces quemamos el pasto estacionando los carros hasta que entendimos que debíamos o estacionarlos fuera o simplemente no tener pasto en el estacionamiento, plantas que se secaron o dejaron de florecer porque nos íbamos por largas vacaciones dejando las consecuencias de nuestra ausencia en los seres vivos de casa.

Con paciencia, trabajo y constancia logré convertir nuestro muro en una hermosa y verde representación de lo que se puede lograr cuando hay voluntad y este se convierte en amor.

Desafortunadamente, todo en exceso es malo. El equilibrio en todas las cosas en la vida es indispensable para mantener orden y serenidad. Cierto es que, descuidar una planta y no regarla, alimentarla a tiempo y podarla adecuadamente causará su muerte pero, regarla en exceso solo logrará pudrirla.

Y así como quizá lo hice con algunas de nuestras plantas, me faltó llenar algunos vacíos, descuidé podar y limar asperezas o me excedí en alimentar en exceso otros aspectos de nuestra relación.

A veces es demasiado tarde para salvar nuestra planta y el mayor de los esfuerzos, amor y ganas nada podrán hacer cuando la hemos secado o ahogado.

Se aprende en el camino. Con los recursos que tenemos, con las mejores de las intenciones y con la máxima voluntad de construir algo para siempre, o al menos, para ese fugaz momento en el universo al que llamamos vida.

Y, como en todo en la naturaleza, aquello que fué y se devuelve a la tierra, servirá para germinar algo nuevo. Idealmente, con mucha más fuerza y que también florezca.

Hoy por la mañana recibí de la abogada el acta de divorcio, ese documento que si bien representa sólo algo simbólico, es la catarsis de un proceso sumamente doloroso y el cierre de un ciclo, posiblemente el más importante de mi vida, hoy, viernes de terapia, en la que llevo años y donde permanecí estoico en todas las sesiones, hoy donde me quebré. No había mucho que decir.

Nada fue en vano. Todo valió la pena.

Publicado enPersonal

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