Recuerdo en mis años de primaria que varios de mis compañeros iban los fines de semana a entrenar baseball. En Sonora, estado donde nací/crecí, este deporte es bastante popular y muchos de los papás de mis compañeros de salón eran aficionados de dicho deporte lo cual, naturalmente, heredaba la responsabilidad del gusto por dicho deporte a los hijos, quisieran o no. Algunos papás eran tan aficionados que, a pesar de que su hijo era malísimo, insistían en inscribirlos en las ligas infantiles. El clásico caso de los padres frustrados.
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